martes, 24 de julio de 2007

Barcelona paralímpica




Enfrascados en ver, calculadoras en mano, como nos las arreglábamos para llegar a final de mes, un mes más, y lamentando porqué todos los meses no tienen 28 días como febrero, nuestro preferido, lo cual nos facilitaría mucho las cosas, ayer nos sobrevino la madre de todos los apagones.

No le dimos mucha importancia al principio ya que si bien en ciudades como Bagdag o Beirut, según se dice, son algo más habituales, en Barcelona tampoco son algo infrecuente.

Hoy, un día después, aún hay zonas de la ciudad que siguen a oscuras.

Como no podía ser de otra forma, los agoreros de siempre y algunos miles más no han dejado pasar la oportunidad, de manera pacífica eso sí, que se note que somos de Barcelona, de mostrar su disgusto y decepción.

Es en ocasiones como ésta donde sale a relucir lo mejor y lo peor de las personas. Y si bien es cierto que algo así no pasaba desde la guerra civil, en toda situación por dramática que sea, hay momentos que no lo son.

En nuestro caso, por ejemplo, el inicio del apocalipsis nos pilló en el trabajo, para desespero de nuestros superiores y el verlos correr de un lado a otro, resoplando, llamando aquí y allá, como si así fueran a solucionar el problema nos alegró la mañana e hizo que se nos pasara en un santiamén, algo no muy habitual.

El hecho de que algunos de ellos y de nuestros compañeros se quedaran en ropa interior debido a los 47 grados que la parada del aire acondicionado provocó, hizo que nuestra sonrisa se convirtiese en una mueca de dolor a pesar de que instantes después del spriptease colectivo estuvimos casi todo el rato con los ojos cerrados.

Con los ojos cerrados pues, y las espinillas tan amoratadas de los golpes que nos dimos, después de chocar con todo el mobiliario de la oficina, que nunca volverán a tener el color de antes, una vez acabada nuestra jornada festivo-laboral nos subimos al coche y pusimos el aire a 10 grados, que Greenpeace, los pingüinos y el cambio climático nos perdonen.

Una vez dentro y con los ojos ya bien abiertos pudimos comprobar que ni uno sólo de los semáforos de nuestro recorrido habitual para llegar a casa funcionaban. Como sustitutos de emergencia se habían apostado, estratégicamente, cuatro guardias urbanos, en un recorrido de unos cinco kilómetros y 40 semáforos aproximadamente, que sudando la gota gorda y al borde de la insolación lanzaban manotazos, esta vez sin chocar fortuitamente con ningún transeúnte, pero quizá por ello, sin mucha convicción.

El llegar a casa y ver que el ascensor no funcionaba no nos hizo mucha gracia pero optimistas por naturaleza, que vivimos en Barcelona ojo, y la situación no podía durar, nos decidimos, después de hora y media esperando a que se arreglase, a hacer algo de ejercicio y subir las escaleras por primera vez en nuestras vidas, comprobando a pesar de la oscuridad, que no faltaba ni una.

Una vez ya en nuestro rellano observamos un pequeño charco de agua al cual no dimos mucha impotancia. Injustamente, ya que dentro de la cocina el agua que caía del congelador era lo más cerca que hemos estado de las cataratas del Niagara. No hay mal que por bien no venga y al mover la nevera, con mucho esfuerzo, para intentar limpiar el desaguisado, observamos que hay vida detrás de ella y con mejor pinta que los alimentos que teníamos guardados en el congelador, que ya no se encontraban precisamente congelados. Pero en casa gaitera no se tira nada, y hemos confirmado en primera persona que lo que no mata, engorda.

De hecho seguro que no hemos sido los únicos que hemos descubierto cosas que desconocíamos. Estamos convencidos que más de uno se habrá dado cuenta, a pesar de la oscuridad, de que vive en pareja y que de aquí a a nueve meses o así, se producirá un nuevo baby boom que hará que las plazas libres en las guarderías, públicas o no, sean aún más escasas y por imposible que parezca, más caras. Y es que a oscuras todos los gatos son pardos y la falta de tele es muy traicionera.

Es probable que nombres como Voltio o Vattio de todos los santos como homenaje a tan señalado y oscuro día, sean habituales de ahora en adelante. Nombres más raros se han visto. Recordemos sin ir más lejos que el apagón de quinqués y lámparas de gas en el Buenos Aires y Sevilla de principios del siglo XX, de los que ahora nadie se acuerda, provocó que figuras del relumbrón, nunca mejor dicho, o peor, según se mire, de Amperio Argentina y Pastora Amperio se llamasen como se llaman y no de otra forma.
También hemos podido comprobar que algunos de nuestros periódicos no han podido evitar caer en la tentación de titular algunas de sus crónicas con expresiones como no es de recibo, o no se hizo la luz de la misma manera que cuanda el barça juega en Liverpool, siempre hay algún diario que no se resiste a titular la crónica del partido con que noche la de aquel día.

Lo que tampoco nos ha llamado la atención es el sosiego y el estoicismo, una vez más, con que los barceloneses nos hemos tomado el trance, si exceptuamos algunos pequeños e improvisados conciertos de cacerolas y demás utensilios de cocina en mi bemol. Pero que no nos haya sorprendido no evita que nos asalte una duda. A pesar de que agradezcamos el empeño de nuestros dirigentes en enseñarnos como vivían nuestros antepasados en las cuevas de Altamira y alrededores, ¿qué es necesario para digamos basta y por una vez obliguemos a que alguien asuma sus responsabilidades?

Quizá haya influido a tal mansedumbre el que celebremos el décimo quinto aniversario del inicio de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Y tal vez mucha gente, que los recuerda con cariño, haya pensado que todo esto tiene relación con tal acontecimiento.

Tal vez sea eso lo que haya evitado que hayamos salido a la calle, guillotina en ristre a pedir que rueden cabezas o cortarlas nosotros mismos.

Lo que sí parece claro es que aquel evento supuso nuestro canto del cisne. Desde entonces vivimos embobados olímpicamente en una ciudad en la que sus dirigentes han dejado de pensar en los que vivimos en ella, con nuestra aquiescencia, para hacerlo en los que nos visitan cada año en mayor número que el anterior. Lo cual tampoco es malo, especialmente si vives fuera de Barcelona.

Si el apagón finalmente se confirma que tiene relación con tal efeméride da miedo pensar lo que nos espera cuando celebremos el vigésimo quinto aniversario. En todo caso ha llegado la hora de pasar página. Se acabó.

Queremos soluciones. Mientras los que nos gobiernan encuentran unas que sean definitivas y de mayor calado y a la espera de que solventen temas mucho más urgentes como la cesión del castillo de Montjuic y si el ave pasa por debajo o por encima de la Sagrada Familia, nosotros proponemos la instalación de pebeteros, no hacen falta que sean olímpicos con tal de que funcionen, a lo largo y ancho de la ciudad y con una separación entre ellos no menor de cincuenta metros.

También proponemos que sea obligatorio, al igual que los chalecos reflectantes y los triángulos en los coches, la presencia de por lo menos un casco de minero con sus luces incorporadas en perfecto estado y un juego de repuesto en todas las casas, evidentemente a cargo de los ciudadanos. Así evitaremos que el gasto público que tal pedido supondría, impida ampliar el número de terminales del aeropuerto del Prat y los ejecutivos y demás ilustres miembros de la sociedad civil catalana tengan que seguir haciendo escalas en sus viajes de negocios y/o placer transoceánicos y el riesgo de que pierdan sus maletas no disminuya.

Para que no cunda el desánimo y se nos haga aún más evidente cuál es nuestra situación actual, proponemos también la creación de una especie de alianza de las ciudades, que está de moda, o mejor sería llamarlo una liga, en la que diferentes ciudades del mundo mostrasen sus capacidades compitiendo unas con otras.

Ciudades como la nuestra, Bagdag y Beirut que hemos mencionado al principio, Marbella, Benidorm y unas pocas más, sin exagerar, que de lo que se trata es de ganar la competición y así aumentar la moral del contribuyente.

Con nuestro currículum no tendríamos problemas en ser escogidos como cabezas de serie y eso ayuda lo suyo. Como también tenemos experiencia contrastada en organizar todo tipo de eventos ya consolidados o incluso en crear otros de la nada, tampoco tendría que sernos difícil ser elegidos como sede, lo cual para el resultado final sí que podría ser ya definitivo.

Como himno inaugural y ya que las arcas municipales según parece no están para echar cohetes podríamos utilizar la simpática canción que inmortalizaron la no menos inmortal Montserrat Caballé y el no menos mortal Freddie Mercury. Se ve que hubo gente a la que le gustó aunque es un dato que no hemos podido confirmar.

Debido al tiempo transcurrido desde su creación, acaso fuera necesaria una pequeña modificación de la letra y ya puestos pedir, que algún ilustre músico, también actual, la interpretase.Y no alguien cualquiera no, sino alguien muy especial, acorde a lo que la ciudad ofrece y se espera de ella. Alguien que además, sea testigo atento de los nuevos tiempos y haya introducido en su trabajo musical, que si bien es cierto sólo se reduce a una canción, como dirán los críticos, pero que canción, lo que nos acontece y no tenga miedo a hablar incluso de opas, hostiles o no, o de las bondades de la vida en el campo en oposición a la de las ciudades.
Alguien como por ejemplo, el Koala.

Y así todos juntos, grandes y pequeños, turistas o no, cogidos de la mano, unidos como si fuéramos uno, gritando a pleno pulmón ...

Nananiiii, Barcelonaaaaaaaaaaaaaaaa.....quién te ha vistoooo, ninonaaa y quien te veeeee, aunque seaaaa a oscuraaaaaaaaaaas, Barcelonaaaaaaaaaaaaaaa......

Opá.



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