jueves, 5 de julio de 2007

Start me aayyy



Si bien cada uno lo intenta llevar de la mejor manera posible, el hacernos mayores o más aún, el ser conscientes de que cada día lo somos un poco más, no sólo no es fácil, sino que es irremediable.

Últimamente en un anuncio televisivo, con intención mercantilista, que para eso es un anuncio, nos muestran que el proceso es ya irreversible cuando algún niño al preguntarnos la hora nos trata de usted.


Paparruchas, que dirían en una película española que transcurriese en nuestra guerra civil y/o años inmediatamente posteriores.


Sí que es cierto que la primera vez que eso ocurre nos llama la atención pero no tiene porque pasar cuando hemos superado la treintena, como el anuncio mencionado sugiere sino que puede sucedernos mucho antes y no por eso hemos empezado nuestro inevitable declive.

El verdadero y doloroso momento es otro muy distinto.


Y ocurre en un concierto.

Cuando en pleno éxtasis, ofreces tu espalda a tu pareja para que se suba en ella y pueda disfrutar más aún si cabe y con mejor visión de todo el frenesí.

Y aunque al cabo de un par de intensas canciones, empiezas a notar un calorcillo en el cuello y a pesar de que tu mujer, inteligente, agradecida y orgullosa, te ofrece la posibilidad de una retirada a tiempo, tú insistes en continuar algún rato más a pesar de la mayoría de las parejas de tu alrededor han optado por volver a ver los dos el espectáculo a ras de suelo.

A la cuarta canción el calor deja paso a un agarrotamiento cada vez más intenso que antecede a lo que será un dolor de tomo y lomo los próximos días cuando la zona se enfríe.


Un dolor tan intenso que al impedirte incluso dormir te obliga a pasarte por la consulta del médico que con su amabilidad habitual te notifica que te has contracturado la musculatura paravertebral cervical, lo que comúnmente se conoce como trapecio y que además se te han doblado las vértebras.


O lo que es lo mismo, pasar en unos días de dar botes como un botarate en un concierto a llevar collarín.


Cuando esto ocurre y a pesar de los esfuerzos de tu pareja por relativizar el trance, eres irremediablemente consciente de que tus mejores días han pasado.


Collarín en plena canícula y por haber ido a un concierto.


Hay que ser muy hombre para llevarlo con dignidad y desengáñemonos, hombres quedan pocos.


Y es que pocas cosas hay más ridículas, excepto quizás correr detrás de un autobús, caerte justo cuando has llegado a la altura de la puerta de entrada, para al reincorparte ver como el conductor, te dedica una media sonrisa ladina y arranca dejándote maltrecho en la parada.

O en otras épocas, como señalaba el personaje de Tom Regan en Muerte entre las flores, correr detrás de tu sombrero. Pero ya nadie lleva sombrero.

Así que cuando en un concierto de, por poner un ejemplo, los Rolling Stones, mientras tocan Start me up, tú acabas tarareando Start me aayyy, déjalo estar; por mucho que mires en tu corazón, como suplicaban tambíen a Tom Regan, no hay vuelta atrás. Tus días de vino y rosas se han acabado y tu trapecio ya nunca volverá a ser el de antes.

Entre otras cosas.

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