

Los gaiteros somos, por riguroso orden alfabético: Hermes Zóster, el Doctor Clon, Vanesssa Paez, más conocida como la gorda de Minnesota, Juanita Bowie y Alejandro Arias.
Pero Memphis es mucho más que la sede de unos de los peores equipos de la NBA.
Allí se fundó hace cincuenta años el sello musical Stax, sin el cual la música negra y por tanto la música, no serían lo mismo.
Creado por Jim Stewart y Estelle Axton con el nombre de Satellite Records no fue hasta el 1961 que cambió su nombre por el de Stax, juntando, en una alarde de originalidad las dos letras iniciales de los apellidos de sus fundadores.
Rufus y Carla Thomas, Sam & Dave, Otis Redding, Booker T. & The MGs, The Bar-Kays, Eddie Floyd, Isaac Hayes, The Staple Singers, toda una legión de grupos y solistas que revolucionaron el soul y el rythm'n blues y que han influido en multitud de músicos posteriores. Incluso en aquellos que parecen estar en las antípodas de lo que Stax proponía.
El más notorio de estos últimos es, el un tanto olvidado, Chimo Bayo, padre putativo de la fiesta ochentera del Levante peninsular. Su mítico himno, stax si, stax no, exta canción me la bailo yo, no es un sino un encendida declaración de amor al no menos mítico sello americano.
Así pues, al igual que el legendario rey de la música industrial, pero de manera más modesta recordemos con dos pequeñas muestras lo que fue y supuso el llamado sonido stax.
¡¡Con todos vosotros, los grandes Otis Redding y Eddie Floyd!!
A pesar pues, de que los augurios no son muy favorables y que la valentía y el arrojo no son las características que mejor nos definen, hemos decidido lanzarnos a la piscina y con la biografía de hoy inauguramos una nueva sección, o mejor dicho y como habréis adivinado, si no habéis prestado demasiada atención al título del artículo que nos ocupa, inauguramos la segunda parte de una ya existente.
Tamaño atrevimiento debía estar acompañado de una figura de tamaño también considerable y quien mejor que una de las personas por la que los gaiteros sentimos más aprecio y respeto. Y no, no es Scarlett Johansson. Y no, tampoco es Malena Gracia.
Los gaiteros nos enorgullecemos en presentar a Cesareo Parese, abuelo de la gaitera Vanesssa, la gorda de Minessota.
Nacido hace 90 años en la frontera que une Huesca y Lleida, a orillas del Cinca, no tuvo una infancia fácil. El menor de cinco hermanos, hasta que cumplió los 19, no tuvo ropa que no hubiera sido de sus hermanos mayores. De todos.
La vestimenta que rompió la tradición fue el uniforme del ejército republicano que le fue asignado cuando se alistó, minutos después de hacerse público el llamado alzamiento nacional, de Franco, el resto de generales y demás rangos menores, que fueron legión o estaban en ella.
Más listo que el hambre y que el resto niños y mayores de la comarca ingresó en el internado marista más cercano que es a donde iban a parar los niños de la época que despuntaban o que no tenían donde ir, que en muchos casos era lo mismo.
Los curas del lugar le pusieron el ápodo de Platanoé.
- "Cesareo Parese, Platanoé, al encerado", "Cesareo Parese, Platanoé, suba a la tarima" y los tíos se tronchaban.
Para que luego digan que el sentido del humor y los alzacuellos son términos antagónicos.
Ahí se inició su anticlericalismo, al que seguramente también influyó los cachetes y demás manos largas que sufrió en sus años de interno.
Quizá por ello, fue acusado de haber quemado iglesias durante la guerra civil con personal asalariado dentro, con contrato indefinido y sotana negra.
Más adelante ya en los cincuenta también se decía de él que se había acostado con Ava Gardner.
Lo que sí es cierto es que él en ningún caso hizo alarde de ninguna de las dos acusaciones y sean ciertas o no, hace ya tanto tiempo que dios y Sinatra, si es que no son lo mismo, seguro que le han perdonado.
Condenado a muerte poco después de acabar la guerra, le fue conmutada la pena capital por la de cadena perpetua, que más tarde fue reducida a 13 años de esforzados trabajos forzados.
Así pues con 35 años y hecho un pincel, se encontró por fin libre, es un decir, en la Barcelona de principios de los cincuenta.
Encontró trabajo en una fábrica, conoció a una chica pequeñita, adorable y tan obstinada como él y formó una familia que nunca le escuchó un reproche.
Pero la cabra tira al monte y no tardó en meterse en trifulcas sindicales. Y cuando no podía meterse porque no había donde hacerlo, las creaba él.
Le encantaba comer, beber y disfrutar de la vida porque como solía decir y todavía mantiene, es la única que tenemos, probablemente, así que no hay desperdiciarla. Y de vida desperdiciada sabía un rato.
Amante de las películas del Hollywood clásico, sus directores preferidos eran John Ford, André de Toth y sobretodo Raoul Walsh, quizá influido por el hecho de que al igual que él, también eran tuertos y llevaban un parche en el ojo, en su caso debido a las continuas y muy profesionales somantas de palos que le cayeron en los diferentes campos de concentración en los que estuvo alojado durante su condena a lo largo y ancho de la geografía española, campos que en comparación, convertían al de Guantanamo en un chiquipark.
Como no podía ser de otra forma disfrutaba cantando, algo que hacía a la mínima oportunidad y es que como también solía decir, ¿quién dice que los hombres duros no cantan?Actualmente sigue disfrutando de la comida, la bebida, los puros , las canciones y la visión de su ojo izquierdo igual que hace cincuenta años, y se encuentra en plena forma si exceptuamos los sarpullidos que le salen por todo el cuerpo cuando oye hablar de las bondades de la transición y de la tan traída y llevada últimamente Ley de Memoria Histórica.
Cesareo Parese, un hombre de los de antes. Signifique lo que signifique.
¿Quién ha dicho que los tipos duros no cantan?, ¿eh?, ¿ a ver, quién?
-Si se nos permite el tópico, más vigente que nunca, es fundamental a la hora de escribir cualquier informe, justificante y/o receta hacerlo de la forma más ininteligible posible, hasta el punto de que quien lo haya realizado no pueda entender lo que ha escrito pasados unos minutos.
-Ir a desayunar o merendar, en función del horario de trabajo, todas las veces que sean necesarias y nunca menos de tres, siempre en bata y con el estetoscopio colgando del cuello, de manera muy visible.
-Mostrar fastidio cuando el paciente te explique los síntomas que padece y si es posible alternarlo con alguna otra actividad, mirar el ordenador, ordenar los cajones, hablar con la enfermera u otro colega o incluso a salir de la consulta sin ningún tipo de explicación y mucho menos de disculpa.
-A la hora de estrechar la mano del enfermo, si es que no puede evitarse, hacerlo de la forma más lánguida posible y sobretodo sin mirarle nunca a los ojos.
-Pero sobretodo y la más importante de todas, recetar, sea cual sea el problema, ibuprofeno.
Que te duele la cabeza, ibuprofeno.
Que te has caído bajando unas escaleras, ibuprofeno
Que te has machacado un dedo colgando un cuadro, ibuprofeno.
Que estás alicaído, te duele el vientre, la rodilla o un huevo un huevo, ibuprofeno, ibuprofeno, ibuprofeno, ibuprofeno.
No falla. Esto es diligencia y no la de John Ford.
Los gaiteros intentamos en la medida de lo posible espaciar nuestras visitas a tan preclaros personajes. Eso sí, cuando la situación es ya insostenible y no hay más remedio, anticipándonos al cálido recibimiento que nos espera, lo hacemos después de endosarnos una pastilla de ibuprofeno.
Así vamos ganando tiempo, algo que se ve que es muy valioso hoy en día.
No obstante y para mostrar que a pesar de todo, no son todos iguales, no queríamos finalizar sin presentarles a nuestro facultativo preferido. Un alma cándida al lado de algunos con los que nos hemos topado.
Últimamente en un anuncio televisivo, con intención mercantilista, que para eso es un anuncio, nos muestran que el proceso es ya irreversible cuando algún niño al preguntarnos la hora nos trata de usted.
Paparruchas, que dirían en una película española que transcurriese en nuestra guerra civil y/o años inmediatamente posteriores.
Sí que es cierto que la primera vez que eso ocurre nos llama la atención pero no tiene porque pasar cuando hemos superado la treintena, como el anuncio mencionado sugiere sino que puede sucedernos mucho antes y no por eso hemos empezado nuestro inevitable declive.
El verdadero y doloroso momento es otro muy distinto.
Y ocurre en un concierto.
Cuando en pleno éxtasis, ofreces tu espalda a tu pareja para que se suba en ella y pueda disfrutar más aún si cabe y con mejor visión de todo el frenesí.
Y aunque al cabo de un par de intensas canciones, empiezas a notar un calorcillo en el cuello y a pesar de que tu mujer, inteligente, agradecida y orgullosa, te ofrece la posibilidad de una retirada a tiempo, tú insistes en continuar algún rato más a pesar de la mayoría de las parejas de tu alrededor han optado por volver a ver los dos el espectáculo a ras de suelo.
A la cuarta canción el calor deja paso a un agarrotamiento cada vez más intenso que antecede a lo que será un dolor de tomo y lomo los próximos días cuando la zona se enfríe.
Un dolor tan intenso que al impedirte incluso dormir te obliga a pasarte por la consulta del médico que con su amabilidad habitual te notifica que te has contracturado la musculatura paravertebral cervical, lo que comúnmente se conoce como trapecio y que además se te han doblado las vértebras.
O lo que es lo mismo, pasar en unos días de dar botes como un botarate en un concierto a llevar collarín.
Cuando esto ocurre y a pesar de los esfuerzos de tu pareja por relativizar el trance, eres irremediablemente consciente de que tus mejores días han pasado.
Collarín en plena canícula y por haber ido a un concierto.
Hay que ser muy hombre para llevarlo con dignidad y desengáñemonos, hombres quedan pocos.
Y es que pocas cosas hay más ridículas, excepto quizás correr detrás de un autobús, caerte justo cuando has llegado a la altura de la puerta de entrada, para al reincorparte ver como el conductor, te dedica una media sonrisa ladina y arranca dejándote maltrecho en la parada.
O en otras épocas, como señalaba el personaje de Tom Regan en Muerte entre las flores, correr detrás de tu sombrero. Pero ya nadie lleva sombrero.
Así que cuando en un concierto de, por poner un ejemplo, los Rolling Stones, mientras tocan Start me up, tú acabas tarareando Start me aayyy, déjalo estar; por mucho que mires en tu corazón, como suplicaban tambíen a Tom Regan, no hay vuelta atrás. Tus días de vino y rosas se han acabado y tu trapecio ya nunca volverá a ser el de antes.
Entre otras cosas.
Remake de El hombre que mató a Liberty Valance, toda una declaración de principios, de este pistolero curtido en mil rodajes y siempre victorioso, el más talentoso a este lado del Río Grande y unos cuantos ríos más y como tal, sabedor de que cuando los hechos se convierten en leyenda, la suerte está echada y hay que filmar la leyenda.
Así que, aquellos que tengan en mente castigar a la audiencia con un corto más, no lo duden, coloquen en el título, como quien no quiere la cosa y aunque no venga a cuento, alguna palabra relacionada con la bonita comunidad autónoma andaluza; El perro andaluz, de Buñuel, cineasta de cabecera de nuestro amigo Rafa, es otro buen ejemplo. Habrán recorrido la mitad del camino.
Mientras tanto, acomódense, apaguen las luces, por una vez dénle al play y no a la play, y a disfrutar.
La espera hasta el viernes no será tan dura.