miércoles, 8 de agosto de 2007

Dios salve a la Premier



Corren malos tiempo para la lírica. Pero aún son peores, sobretodo en estos días de asueto, para los futboleros, lo cual es mucho más preocupante.

A pesar de la diversión generalizada que los esforzados habitantes de Barcelona y alrededores estamos disfrutando, ahora te veo, ahora no te veo, ahora me cuelo en la autopista, ésta es nueva y muy probablemente no volveremos a gozar con ella, ahora disfruto del bonito paisaje sin moverme durante setenta kilómetros, ahora no va el tren, ahora sigue sin ir y demás actividades que nuestros simpáticos dirigentes nos han preparado para no tener que enfrentarnos con la monotonía del día a día estival, lo cual agradecemos sinceramente, no es suficiente.

Queremos fútbol. Ya está bien de pretemporadas en lugares exóticos pasadas por agua, partidos contra esforzados equipos de chichimonillo que no interesan a nadie o casi, listas de fichajes y más fichajes. Estamos necesitados de partidos oficiales donde no sólo podamos ver a las nuevas adquisiciones en acción de la buena, sino que, sobretodo, necesitamos emoción y puntos en juego.

Como no podía ser de otra forma y como viene ocurriendo desde hace algunas temporadas, Inglaterra viene a socorrernos.

Este sábado empieza la Premier.

Los gaiteros no somos especialmente anglófilos. Más bien lo contrario. No siempre fue así. Cambiamos de opinión tras nuestro primer viaje a la pérfida albión, siguiendo esa extraña tradición que dice que llegado el verano, y no habiendo cumplido los veinte años o habiéndolo hecho hace poco, debes malgastar el dinero de tus esforzados progenitores en ir a alguna localidad costera de las islas británicas y/o Irlanda a aprender el idioma autóctono.

No se ha dado todavía ningún caso de alguien que lo haya conseguido y aún así, la tradición se mantiene y se renueva verano tras verano, año tras año.

Totalmente ignorantes e influenciados pues, por personajes de otras épocas, como el coronel Blimp, creíamos que nos toparíamos con sosias de David Niven y James Mason en todos los pubs y/o en todas las esquinas y lo más sofisticado que encontramos eran versiones de Paul Gascoigne, aún más cerriles que el iconoclasta futbolista y anticipándose a una plaga que nos sobrevino posteriormente, disfrazados todos con las camisetas y chándales de sus equipos de fútbol preferidos.

Fue la segunda decepción más dolorosa de nuestras vidas, sólo superada cuando hace ya cuatro años, aunque el recuerdo es tan vivo, que parece que fue ayer, creímos ver en La Barceloneta a Penélope Cruz para descubrir al acercarnos lo suficiente, que se trataba de Paz Vega.

Más allá de ambas decepciones, de las que, como es lógico, no nos hemos recuperado, el recuerdo más vivo que tenemos de aquellos días es el respeto y preeminencia que la figura del francés Eric Cantona despertaba en los ingleses, ejemplificada en el anuncio de Nike que abre este artículo y que desde entonces se convirtió en uno de nuestros preferidos.

De todas maneras, risas obligan, justo es reconocer que de allí han venido series de televisión que en un ranking imaginario que valorase las carcajadas emitidas por minuto, se encontrarían sin duda a la cabeza.

Sí, ministre y su lógica continuación, Sí, primer ministre, L'escurçó negre, Hotel Fawlty, Els joves, o la madre de todas las series, el circo volador de los Monthy Python. Todas ellas casualmente, o no, vistas en la televisión de Catalunya, lo cual nunca podremos agradecer lo suficiente, si bien es cierto que en una juiciosa aplicación de la primera Ley de la Física enunciada por Newton, un cuerpo de cal y uno de arena, también nos han brindado la oportunidad de disfrutar de brillantísimos ejemplos de humor patrio tales como Teatre de guerrilla, -que arte tienen los tíos-, que gracejo, que salero, pero que, y evidentemente es culpa nuestra, no acabamos de apreciar en toda su magnitud.

Así pues en estos días, agradecimientos aparte, dios salve a la Premier.
Y a los Kinks y al amor moderno.





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