En el día de hoy nos acercaremos por primera vez a la figura de un gaitero consorte. Nos referimos a Leonardo Da Vinçon, pareja de nuestra compañera más afrancesada, mademoiselle Bowie.
Caballero de treinta y cinco años, más peripuesto que apuesto, si bien quienes lo conocen, coinciden en que sobretodo destaca por estar siempre, si se nos permite la expresión, más bien puesto.
Fiel seguidor desde su más tierna infancia de la máxima, a quien madruga ni dios le ayuda, no sabe lo que es levantarse antes del mediodía.
Hijo de un distinguido ex-empresario del textil catalán, ha intentado durante años dilapidar la fortuna paterna sin conseguirlo. Justo es reconocer no obstante, que no ha sido por su falta de pericia o esfuerzo, -ojo, las cosas como son-, sino debido más bien al ingente volumen del patrimonio familiar.
Su padre, escamado, se puso firme y cerró o vendió, cuando no ambas cosas, todas las empresas que poseía, una por una, a diferentes fondos de inversión locales y extranjeros, anticipándose a la moda actual, obteniendo pingües beneficios, y reivirtiendo parte en la compra de bienes inmuebles. Los despidos y expedientes de regulación parece que también fueron copiosos.
Visto lo visto, nuestro amigo Leonardo optó por reciclarse y convertirse en un descubridor de tendencias. La cosa le ha ido bien y no para quieto un segundo. Ha encontrado tiempo eso sí para retomar sus estudios de filosofía y para sorpresa de todos no sólo ha acabado la carrera sino que incluso está pensando en publicar un libro de poemas filosóficos, en los que no aparece una rima ni por equivocación.
Su padre no da crédito y está madurando seriamente la posibilidad de aumentarle la asignación mensual a cinco mil euros lo que permitiría a Leonardo olvidarse de descubrimientos y tendencias y dedicarse a lo que actualmente, más aún que sus versos, le gusta más.
Nos referimos a la organización de festivales de cine, de todo tipo, condición y duración que han encontrado acomodo en Barcelona en los últimos años.
Su reto de los últimos meses que está deviniendo obsesión, es encontrar un cortometraje en el que los créditos duren menos que el corto propiamente dicho.
Todavía no se ha dado el caso.
Aunque anglófilo, cuando de amar se trata, en deferencia a su pareja y en parte a él mismo, ya que el ardor guerrero de Juanita se eleva al cuadrado, se decanta por el francés, nunca mejor dicho.
Avec la bouche, doucement... bueno no tanto...Eh voilà...
Ay, l'amour... Que jolie. Jolín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario