viernes, 28 de septiembre de 2007

Biografías selectas 2ª parte. El Malo Raulito



"Anoche tuve un sueño. Soñé que era mosso."

Así fue como el Malo Raulito, algo corto, seamos francos, y bastante perezoso, también conocido como Raulito el Malo, influencia onírica mediante, se convirtió en el ex-Malo Raulito, también conocido como Raulito el ex-Malo.

Hablamos de Raúl Paez, el hermano pequeño de nuestra gaitera, la gorda de Minnesota. Raulito, el benjamín, el niño mimado de toda la familia, en quien habían depositado todos sus cariños y esperanzas, y que como suele ser habitual en estos casos cuando dejó de ser pequeño, no acabó de responder a las expectativas.

Perenne repetidor de curso, es de los pocos ejemplos de estudiantes que habiendo empezado la EGB y la ESO no ha acabado ninguna de ellas, lo cual también tiene su mérito. Conocedor de buen número de escuelas de Barcelona y alrededores, hay que reconocerle una imparcialidad absoluta en cuanto al tipo de colegio sufridor de sus andanzas y malos modos.

Su aprovechamiento del curso escolar y del plan de estudios estipulado fue exactamente el mismo, independientemente de si estaba matriculado en una escuela pública, privada, concertada, a media pensión o comiendo en casa.

Eso sí, el día que cumplió dieciocho años aprobó a la primera el examen práctico del carnet de conducir. Con tanta gracia y soltura que el mismo examinador, antes de que Raúl se hubiese quitado el cinturón, le propuso trabajar como funcionario desde aquel día valorando, con la empatía propia del gremio, quien aprobaba y quien no.

Como no podía ser de de otra forma y con la misma gracia y soltura con la que se había conducido, nunca mejor dicho, durante el examen, y sin olvidarse de accionar el freno de mano, Raulito, desdeñoso, hizo mutis por el foro. Tenía otros planes.

Y los planes consistían en pasarse la máquina por la cabeza y dejársela al uno tal y como venía haciendo desde hacía ya tres años, cuando con unos amiguetes decidió convertirse en un pelao y actuar en consecuencia, con la camaradería propia del gremio, asustando al personal, trapicheando por aquí, amenazando por allá, agrediendo por acullá, todo con mucho esmero, -de hecho también era conocido en el submundillo como el anestesista-, tal y como mandan los preceptos a seguir por cualquier skin que se precie.

Y así andaba hasta la noche de autos y sueños mencionada. A la mañana siguiente y después de informarse de manera profusa del proceso a seguir, se presentó a las oposiciones a mosso d'esquadra y superó sin dificultades las pruebas físicas.

Las psico-técnicas fueron otro cantar. Lo hizo, sí, pero por los pelos.

Debido a ello no consiguió su sueño. Nadie las había pasado, -recordemos que estamos hablando de las primeras promociones que salieron del cuerpo-, y este hecho, por novedoso descolocó a los altos mandos.

Así que, algo decepcionado, pero todavía presa de su arrebatado sueño, y como un Julio Cesar redivivo, volvió, vio y esta vez venció, tras suspender sin mucho esfuerzo, en la nueva convocatoria.

Los sueños a veces se cumplen y Raúl había conseguido el suyo. Ya era mosso d'esquadra.

1900 euros al mes, 14 pagas, de uniforme como venía haciendo desde su adolescencia, con el pelo cortito, cortito, como a él siempre le ha gustado y sin tener que quitarse en toda la jornada laboral sus gafas de sol , su complemento preferido, a la espera de los que el cuerpo le procurase, inherentes a sus funciones.

Eso sí, su dicha no es completa. A pesar de los años que hace que aprobó las pruebas todavía no tiene destino asignado.

El día de la graduación y como es tradición en una celebración tan señalada, los nuevos oficiales, dando rienda suelta a su lógico gozo lanzan las gorras al aire.

El batiburrillo de gorras de todos los tamaños es tal, que muchos de esos esforzados muchachos tardan años en encontrar la suya. El mejunje es de tal calibre que el tan solicitado y necesario despliegue total de nuestra policía autonómica todavía no ha finalizado, principalmente, por esta razón.

Los mandos han prohibido el lanzamiento indiscriminado de gorras o cuando menos exigen hacerlo atadas a un cordel para poder recuperarlas una vez el frenesí se haya disipado pero la alegría de los recién titulados provoca que de momento no hayan tenido mucho éxito.

Se probó hacerlo poniendo etiquetas con los nombres del personal, -un hombre, una gorra- era el lema, pero el ímpetu en el lanzamiento provocaba que la mayoría de etiquetas no soportasen el trance.

Mientras tanto y a la espera de ese destino tan ansiado, Raúl, incompleto, pasa el rato, caminando alicaído y cabizbajo por Barcelona, de uniforme sí, pero sin gorra, indicando a todo aquel que le pregunta, donde se encuentra tal calle o tal otra, por qué usted me ha puesto esta multa o esta otra.




El ex-malo Raulito, con vocación de servicio público. Nunca es tarde si el sueño es bueno.

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