martes, 22 de julio de 2008

No poder con el alma



No conozco a nadie que, llegado a esta altura del curso, no esté absolutamente reventado y para el arrastre. Da lo mismo a qué se dedique, qué profesión tenga y cuál sea su grado de responsabilidad; que trabaje como autónomo o por cuenta ajena, en casa o en una oficina, que sea asalariado, jefe o directamente dueño de su negocio, que gane poco o mucho, es indiferente. Nadie puede ya con su alma, pese a los numerosísimos –pero frenéticos– puentes que existen en nuestro país y que jalonan todo el año. Algo funciona mal, y para mí es, principalmente, que hoy la gente no para nunca del todo o no sabe hacerlo, ni siquiera durante los fines de semana, cada vez más ocupados por actividades que más bien parecen obligaciones: hay que divertirse a toda costa, y ha de ser por ahí, en la calle, como si se hubiera olvidado que uno puede divertirse muchísimo en casa, leyendo, viendo películas, en todo caso sin agotarse también en el recreo.

Y de los que son padres no hablemos: tras deslomarse durante cinco días, vuelven a deslomarse durante los dos restantes intentando distraer a sus críos, procurando que no se aburran ni un minuto, porque eso, el supuesto aburrimiento (lo que más agudiza la imaginación, por cierto), se ha convertido en uno de los pecados más imperdonables de nuestra sociedad. Así que los pobres progenitores corren de aquí para allá, esclavizados por sus hijos: que si un parque de atracciones, una excursión, un desfile, una sesión de magia, un cumpleaños siempre multitudinario, lo que encuentren o lo que les exijan los pequeños tiranos mal acostumbrados.

La gente nunca para, en gran medida, porque tiene móvil y ordenador, y esa es la razón por la que yo carezco de lo uno y de lo otro. No estoy dispuesto a que cualquier majadero me interrumpa mis actividades, mis pensamientos o mis musarañas, esté donde esté. No deseo “estar conectado”, ni enterarme de todo en seguida. Nada me resultaría más atroz que estar localizable siempre, o que recibir más llamadas y cartas y publicidad y tonterías de las que ya me llegan a través del teléfono fijo, el fax y el correo ordinario.

Me alcanzan por demasiados conductos (mi agente literaria, este diario, las editoriales que publican mis libros, ahora la Real Academia Española, el Reino de Redonda, la antigua casa de mi difunto padre, por la que sólo voy de tarde en tarde), y lo último que quisiera es abrir nuevas vías. Pero no se trata de mí, que al fin y al cabo escribo novelas y artículos y soy, supongo, lo que se llama “una persona pública”. Veo que lo mismo les sucede a todos mis conocidos, a gente cuya tarea no trasciende el ámbito privado y que aun así viven acosados. No paran, están agobiados (la burocracia escandalosa a que nos obligan hoy nuestras autoridades despóticas no nos permite a ninguno levantar cabeza), y la mayoría suscribiría aquella frase de Audrey Hepburn a Cary Grant al principio de Charada, cuando él quiere entablar amistad y ella le contesta, más o menos: “Conozco ya a multitud de personas, y mientras no muera alguna de ellas me resulta de todo punto imposible conocer a nadie nuevo”. “Trabajar cansa” es una sencilla y sin embargo famosa cita del italiano Cesare Pavese. Lo cierto es que también hablar cansa, sobre todo sin ton ni son o para rehuir la soledad y el silencio, y en eso consiste hoy, en gran medida, el trabajo de cualquier individuo. No es raro que la última anotación de El oficio de vivir, el diario del propio Pavese, justo antes de ingerir barbitúricos en un hotel de Turín, fuera: “No palabras. Un gesto. No escribiré más”.

Ahora bien, yo no sé si es que toda la gente que trato es muy activa y laboriosa. Porque a la vez que veo a mi alrededor, cuando llega julio, este panorama de seres extenuados, también se oye el vocerío de masas a las que parecen sobrarles las energías y el tiempo. Hay colas monstruosas para todo, para lo que vale la pena y para cualquier unga-unga de descerebrados. Para las exposiciones de los museos y para las mamarrachadas callejeras (ya saben, juglares, mimos y festejos veraniegos se llevan la palma). Para los conciertos de rock y para ver a la Guardia ante el Palacio Real, ese nuevo espectáculo copión del Ayuntamiento madrileño. Las muchedumbres se agolpan para admirar a tíos sudorosos el Día de la Maratón Sudorosa, o a tíos malolientes en bici el Día de la Maloliente Bici, o a gañanes borrachos en los sanfermines. La sensación que uno acaba teniendo es que una parte de la población se mata a trabajar –desde luego los inmigrantes honrados– para que otra no dé un palo al agua. Algo va mal, y además los Gobiernos nos vuelven locos: tras decenios convenciendo a los ciudadanos de que debían prejubilarse cuanto antes, porque nos encaminábamos hacia la “sociedad del ocio”, ahora, como señalé aquí hace dos domingos, los desvergonzados Ministros de Trabajo europeos pretenden colarnos semanas de sesenta o más horas laborales, arrebatándonos derechos antiguos conquistados con sangre en su día, y sin que los miserables sindicatos actuales hayan convocado una sola manifestación ni huelga contra semejante medida decimonónica.

En lo que nadie ha reparado, además, es en que quienes trabajarían esa insana cantidad de horas serían sólo los que ya sostienen toda la economía, esa parte de la población que no puede ya con su alma, y en la que figuran todos mis conocidos.

© Javier Marías. El País Semanal. 20/7/8

viernes, 11 de julio de 2008

Voltairetas



Los que presumen de conocernos, -hay quien presume por bien poco-, suelen recordarnos que el ejercicio físico no es lo nuestro. Para que negarlo, por una vez están en lo cierto. Carreras, estiramientos, abdominales, flexiones y genuflexiones varias nunca han sido muy de nuestro agrado. De carácter más contemplativo que activo, y más aún en esta época del año donde al menor movimiento se empieza a sudar la gota gorda, preferimos ser espectadores que actores, -siempre y cuando no estemos hablando de teatro claro-, ya que en ese caso no somos ni una cosa ni la otra.

En cualquier caso, este pasado mes de junio hemos estado de suerte. Ha habido Eurocopa. La mejor que recordamos y ya llevamos unas cuantas. Una maravilla para los sentidos, sobretodo para el de la vista, seamos francos, y que nos ha reafirmado en que cuando de deporte se trata, el fútbol sigue siendo el rey, y a años luz del resto, sus vasallos.

Eso sí para quien quiera estar en forma, algo que en estos días parece obligatorio, pero al igual que nosotros se decanten por la gintonificación antes que por cualquier otra actividad, por muy tonificante que sea, ahí van una tabla de ejercicios del gran Voltaire, el famoso entrenador personal, padre de la gimnasia moderna e ilustrada, para practicarla cuando y donde deseen o para hacer con ella lo que les plazca. Tiene más de doscientos años pero el tiempo no pasa por ella:

1.- ¿A causa de qué ceguera funesta puede aún soportarse un monstruo (cristianismo) que desde hace mil quinientos años desgarra al género humano y que embrutece a los hombres cuando no los devora?

2.- Tantos autores antiguos han hablado de los antropófagos que es difícil negarlos. Esta atrocidad, tan repulsiva para nuestra naturaleza, es sin embargo muncho menos cruel que el asesinato. La verdadera barbarie es matar, y no disputar el muerto a los cuervos o a los gusanos.

3.- ¡Qué idea más rara, inspirada en la colada, la de un jarro de agua que limpie todos los crímenes! Como hoy se bautiza a todos los niños, porque una idea no menos absurda les supone a todos criminales, ya están todos salvados hasta que lleguen a tener uso de razón y puedan hacerse culpables. De modo que debéis degollarlos a todos cuanto antes para asegurarles el paraíso.

4.- Hay que seguir corrigiéndose aunque uno tenga ochenta años. No me gustan los viejos que dicen: ya tengo esa costumbre. ¡Pues bueno, viejo chalado, cámbiala por otra, rehace tus versos si los has escrito y tu mal humor si lo tienes! Combatamos contra nosotros mismos hasta el último momento.

5.- Se declama contra el lujo desde hace dos mil años en verso y en prosa, y siempre ha gustado.
Y esta sexta y última, que al igual que las otras, suscribimos plena y modestamente:

6.- Ángeles míos, este mundo es un naufragio. "Sálvese quien pueda", tal es la divisa de cada individuo.
Lo dicho pues, póngase a salvo y pasen un feliz verano.