Es algo sabido, y aceptado por la mayoría, que más vale caer en gracia que ser gracioso. Cría fama y échate a dormir, solemos también decir. O a quien madruga dios le ayuda, algo en lo que disentimos violenta y profundamente y que además no tiene relación alguna con el propósito de este artículo.
Centrándonos pues, en los dos primeros dichos populares mencionados, ejemplos hay mil y no es nuestra intención enumerarlos todos.
Si solemos hacer gala de que la brevedad es nuestra divisa, al hacerlo nos estaríamos echando piedras sobre nuestro tejado.
Destacaremos pues, una sola figura. Si una imagen, suele decirse, vale más que mil palabras, el perla que nos ocupa, vale por mil ejemplos.
Nos referimos al gran Ridley Scott, director de cabecera de muchos, cuando lo que habría que haber hecho hace tiempo, es darle en la cabeza con la primera gaita que tuviéramos a mano.
Acaba de estrenar su última joya, American Gangter, que a pesar de su edad, nos tememos no será la última, si bien American Váter sería un título más apropiado.
Es extraño que las juguetonas distribuidoras de nuestro país, aficionadas a cambiar los títulos de las películas no se hayan decantado por la segunda opción. La situación es aún más dolorosa si, en un arrebato masoquista, nos ponemos a imaginar que bríosa película podría haber resultado, si la hubiera dirigido, por ejemplo, Spike Lee, que tras dejar a un lado su cine de tesis, nos ha brindado dos de las películas más recias de la década, La última noche y Plan oculto.
Eso sí, para justificar el desaguisado no hay scottista que no te suelte a las primeras de cambio, ya bueno, pero cuidadín, que es el tío que dirigió Blade Runner y Alien. (Los más versados añaden también Los duelistas.)
Que estamos en el 2008. Que ya hace treinta años de aquello. Que si algo ha demostrado su filmografía posterior es que si esas películas tienen algún valor es a pesar de él. Ojo, que estamos hablando del director, entre otras, de La teniente O'Neill, Tormenta blanca, Hannibal y 1492. Sin tetas no hay paraíso.
(Como decíamos, mejor caer en gracia que hacerla. Su hermano Antonio, Tony para los amigos, que los tiene, aunque no entre los críticos, sería paradigma de lo contrario.)
Por otro lado tenemos a P.T. Anderson que acaba de estrenar también su último trabajo, Pozos de ambición, -originalmente There will be blood; aquí sí que a las distribuidoras les ha pillado el estreno trabajando-, y al que le han llovido más palos que ranas caían del cielo en una escena inolvidable de Magnolia, una de sus películas anteriores.
Y eso a pesar, o quizá por ello, de que su filmografía consta, además de las ya mencionadas, de la hiperbólica Boogie Nights y la marciana Punch-Drunk Love. De lo mejorcito oiga, de los últimos años.
Pero, y no sólo en el ámbito cinematográfico, es necesario caer en gracia. Cuando alguien se sale del camino preestablecido o nos sorprende actuando de una manera que no esperamos, no sólo nos choca y nos descoloca sino que nos cuesta aceptar el que haya obrado de esa manera sin consultárnoslo. ¡¿Cómo se atreve?!
Al obrar así nos hace más evidentes nuestras miserias, nuestros miedos y limitaciones y eso difícilmente lo perdonamos.
Por suerte, tanto en la vida como en el cine, que viene a ser lo mismo, siempre habrá quien vaya por libre y a contracorriente y nos muestre que hay más de un camino posible.
Entre ellos, P.T. El extraterrestre. Afortunadamente, sus películas son de este mundo.
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