Es remarcable la habilidad de los seres humanos en recordar sólo lo que queremos y aún más la de creernos con unas capacidades superiores a las que realmente atesoramos.
Por estas fechas es habitual además, armarse de buenos propósitos. De antiguos que no has conseguido y de nuevos que hacía algún tiempo que te rondaban por la cabeza. El inicio del año es lo que tiene. Borrón y cuenta nueva. Con bríos renovados y poca memoria, como si fuera la primera vez que lo intentásemos.
Para este viaje no son necesarias muchas alforjas. Basta, como decíamos, poca retentiva, un bolígrafo y un calendario, si bien es cierto, como habrán notado los más puntillosos, que para escribir puede sernos igual de útil un lápiz, una pluma o un rotulador. Lo que es imprescindible, más aún que una memoria de mosquito es un buen calendario con sus doce meses, doce causas, y sus 365 días o como este año, 366, ni uno más ni uno menos.
Y por calendarios no será. Los hay de todo tipo. Más o menos estilosos, más o menos lucidos, más o menos aparatosos. Eso sí, como en casi todo, los tiempos han cambiado.
¿Dónde están aquellos calendarios que antiguamente encontrábamos en cualquier taller mecánico orgulloso de serlo? ¿Dónde han ido a parar aquellas beldades que los adornaban vestidas igual en diciembre que en agosto?
Cada vez son más difíciles de encontrar. El intrusismo también ha llegado al gremio. Se ha dejado de lado la profesionalidad de antaño y el amateurismo campa a sus anchas haciendo mucho daño.
Ahora cualquiera se levanta por la mañana y se cree que los demás tenemos ganas de verlos medio desnudos, con la boca entreabierta haciendo mohínes extraños.
Que acabamos de jubilarnos y estamos aburridas, calendario al canto. Y si a nuestro nieto le da un pasmo al vernos, pues se siente.
Que no tenemos agua caliente en el gimnasio y el presi de nuestro equipo de baloncesto no se enrolla. Tranquilas, llamamos al amigo de un amiga de un vecino del primo del sobrino de mi ahijada que me parece que hizo un curso de fotografía y santas pascuas.
Que nos cierran el centro donde hacemos cerámica y restauraciones varias. Alto ahí. Antes que nos fotografíen medio en pelotas rebozadas en arcilla.
Más aún, no hay cuerpo de seguridad que se precie que no nos deleite con un calendario propio. Uniformes para que os quiero, que vale, no seré el tipo más simpático del cuerpo pero eh, mira junio y como ha salido mi cuerpo saleroso, sin quitarme las gafas de sol, claro.
Si por el contrario a alguna de las chicas que humedecieron nuestra adolescencia se les ocurriera empezar a ponernos multas a troche y moche, los gritos policiales despertarían de la siesta hasta a los esforzados astronautas de la estación espacial Mir, si es que todavía queda alguno.
Por suerte, como casi siempre, dios aprieta pero no ahoga, y desde hace décadas los aficionados a los calendarios clásicos saben que hay alguien que en silencio sigue pensando en ellos.
Ave Pirelli, los que van a volver a intentar dejar de fumar este año te saludan.
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