Para quienes nos hemos soñado aventureros pero lo más osado que hemos realizado es fumar en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés, la imagen y el recuerdo de algunos actores del Hollywood clásico nos ayuda a sobrellevar nuestras incapacidades.
Entre ellos ocupa lugar preeminente Errol Flynn, nacido el 1909 en Hobart, Tasmania. Ya sea como sheriff, pistolero, militar, pirata, boxeador, legendario en la pantalla y fuera de ella, su presencia nos ha acompañado y reconfortado desde que éramos pequeños.
Príncipe de una época no ya pasada sino que no ha de volver, de personalidad magnética y arrolladora que trascendía sus películas y nos salpicaba a borbotones en la cara, que sabía no ya actuar, sino, -algo que no se puede decir de la mayoría de actores actuales-, leer y escribir con soltura, como demuestra su autobiografía My wicked, wicked ways, libre y castizamente titulada en castellano Gallardo y calavera y que decidió empezar tal que así:
1ª Parte. Diablo de Tasmania, 1909- 1927.
Un diablo de Tasmania (sarcophilus ursinus)
es un carnívoro marsupial conocido
por su extrema ferocidad.
¡Toma ya! Que ya no quedan tipos como él, actores o no, es algo que ya sabíamos. Si nos atrevemos a establecer comparaciones, nunca como en este caso tan odiosas, los resultados, empezando por nosotros mismos serían deprimentes. Si en un alarde de masoquismo y exceso de tiempo libre, en el trabajo por ejemplo, nos dedicásemos a compararlo con nuestros políticos, y nos da en la nariz que con los de otros países, la baja por enajenación mental, no especialmente transitoria no nos la quita nadie.
Mediocres, pelotas, chusqueros, vulgares en sus formas y en el vestir, zafios y marisabidillas, verlos u oírlos es un espectáculo grimoso.
Tras casi cuatro años de campaña electoral se acercan las elecciones generales y todos mueven ficha temerosos, algunos de no perder el chollo, prestos a pillarlo los otros.
El penúltimo capítulo de esta historia ha ocurrido en Madrid y ha tratado sobre el lugar a ocupar en las futuras listas electorales del partido popular. A pesar de haber sido elegidos por sus conciudadanos como alcalde y presidenta de la Comunidad, Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre no se han escondido a la hora de ofrecerse como acompañantes de Mariano Rajoy, eso sí en un lugar destacado.
Todos a estas alturas sabemos cómo ha acabado la trifulca que a los gaiteros nos trae al pairo. Lo que no deja de sorprendernos es la alta valoración que el alcalde de la capital de España tiene no ya entre sus fieles, no en todos es cierto, sino sobretodo en los que no son votantes potenciales de su partido.
Ni gallardo ni calavera, a nosotros siempre nos ha parecido un repelente niño Vicente cuya presencia nos ha causado más bien repelús. Todo en él nos suena a hueco y falso, a pose calculada pendiente siempre de las encuestas. Con chófer y coche oficial desde su primera comunión, hasta su segundo apellido nos produce sospechas y no nos extrañaría que no contento con llamarse Gallardo hubiera decidido aplicarse un sufijo aumentativo.
De cualquier manera nuestras penas, con pan o sin ellas, las destinamos a empresas mayores y si en su partido y en el resto, sus dirigentes deciden comerse como tiburones, mordisco por la espalda va, mordisco viene, no lloraremos por ello.
Preferimos imaginarnos con el verdadero diablo de Tasmania, a bordo de su yate Santana, como el más torpe de los grumetes, viento en popa a toda vela, a babor, siempre a babor.
¡Avante toda!